Nombres divinos y experimentos gramaticales

Baal, antigua divinidad semítica. XIV-XII a.C., encontrado en Ras Shamra (antiguo Ugarit). Wikimedia Commons.
Baal, antigua divinidad semítica. XIV-XII a.C., encontrado en Ras Shamra (antiguo Ugarit). Wikimedia Commons.

A principios del siglo XXI, Aicha Rahmouni estaba acabando su tesis sobre los nombres de los dioses de Ugarit. Visitaba periódicamente a su supervisor, el rabino Chaim Cohen en el campus de Beer Sheva, en el desierto del Negev. Siendo el árabe marroquí su primera lengua, Aicha había aprendido el hebreo en unos cuantos meses y en esa lengua se estaba doctorando. Vivía en Jerusalem, donde iba diariamente a escribir su tesis a la École Biblique y donde éramos vecinas en un barrio tras las murallas de la ciudad vieja. Una tarde larga y medio nublada, en la terraza que se extendía ante la entrada de su casa, convocó a sus amigos para revisar entre todos la extensa bibliografía de su manuscrito antes de entregarlo. Una mesa alargada con más o menos diez personas, algunos de ellos buenos conocedores del hebreo, otros, como yo, con el conocimiento justo para ir revisando que la lista de autores estuviera bien ordenada. A mí me había fascinado, desde el primer momento, aquella investigación suya sobre la imaginación teológica de aquel pueblo antiguo, aquel diccionario extraño y exquisito de epítetos de dioses, proyecciones máximas de los atributos humanos. Desde nuestras casas, separadas por aquella amplia terraza, se oía cada mañana un gallo cantando desde la iglesia vecina de San Pedro en Gallicantu. Años más tarde, Aicha y su colega Baruch Levine escribirían sobre dioses enfadados que se lo piensan mejor, se dan la vuelta y «regresan» de su ira, la proverbial ira divina, como atestan varios episodios durante largos periodos de la literatura semítica antigua, la bíblica incluida (‘Deities Who «Turn Back» from Anger’).

Una tarde de hace pocos meses, en la cola de unos servicios, oí este fragmento de conversación.

…en vez de estudiar idiomas ahora estudiamos listas de etiquetas, las que definen nuestra condición sexual, genital y general, tribal, emocional, sanitaria y mental, arbitrariamente racial…. y luego, con todo eso, a alborotar mucho las redes sociales, que quede bien marcada la huella digital de lo que “somos” (dijo entre comillas), nos parecen derechos y privilegios de sociedades avanzadas, inclusivas y diversas, dicen, pero no es más que un “etiquétese usted mismo para que podamos procesarlo y desglosarlo por la máquina” como en las autocajas del supermercado… y el debate se colapsa por el ruido que genera esa pequeña proporción de lo que presuntamente somos… haciéndonos legibles matemáticamente, como un corpus, en sentido literal, somos un interminable corpus de carne hecha palabra digital que se va autoetiquetando… el famoso yo ultraneoliberal desmenuzado y con la autoestima por los suelos ha caído en una trampa de consolación, a pesar de su condición miserable – aislado, precarizado, divisivo-, es al mismo tiempo un narciso hipertrofiado… ¿qué hay más patético que eso? defendiendo a muerte su individualidad impagable definida por esos atributos,  ese territorio pequeño de lo que el humano es…

…ahí me vino en mente Aixa, su trabajo sobre los epítetos divinos, aquella tarde y aquella mesa, y entonces seguí yo misma en silencio aquel monólogo pues al señor que estaba hablando le llegó su turno de entrar en los servicios… Y se autodefinen por múltiples atributos, como los dioses semíticos, los epítetos de los dioses…. Los atributos divinos son hoy las ‘características protegidas’ y nerviosas que hay que aprender a pronunciar con reverencia, no veas cómo nos expresamos todos con el mismo empoderamiento técnico y esquemático, de dios furibundo de manual, a quien hay que saber venerar, por el poder de nuestra magnífica vulnerabilidad… yo es que me asombro, me interrumpe inesperadamente la señora que aún esperaba en la cola, estamos en plena mutación antropológica y míralos, le contesté, …ahí los tienes, invirtiendo más energía de lo que parece razonable en los sufijos inclusivos, en los pronombres personales correctos, en los artículos determinados, en las concordancias de todo eso… energía en defenderse de los que no han aprendido a nombrarlos debidamente … (¿y no será mucho pedir? yo me sorprendía de niña de que los adultos a mi alrededor se tuvieran que aprender de memoria mi nombre, de que hicieran ese esfuerzo con cada persona nueva que se presentara en este mundo), …tanta energía en escribir en contra o a favor de la corrección sexual de las gramáticas… pero ¿no habría más bien que mirarse la cosa desde otro ángulo, y repensar la gramática entera para expresar nuestras nuevas configuraciones?